Amazonia Peruana
Viaje al Amazonas
Desde el aire el río Amazonas da forma a la imagen de una serpiente de más de 6000 km que atraviesa un manto verde donde se oculta un mundo lleno de vida y leyendas, en el cual los Ícaros de los Chamanes invocan a Yacuruna (demonio del agua), dios de la selva baja.
La cosmovisión de los aborígenes en la Amazonia guarda un equilibrio con la naturaleza; todos los animales tienen un dueño, un espíritu, un dios al que se debe respetar y a quien se le debe donar algo a cambio de que él provea de alimento. Así pues cuando se quiere pescar a Yacuruna se le pide; “Chooky, pimpina pipira” (Hermana dame a tus crías), y a cambio se le hace entrega de frutos, coca u otros alimentos para que él también sacie su apetito.
Desde Iquitos, ciudad que para algunos crece sobre el caparazón de Motelo Mama, una gigantesca tortuga, nos adentramos en la selva a través del río más caudaloso del mundo, el Amazonas.
Las aguas marrones que anegan la Amazonia llegan a elevarse hasta 8 metros en invierno, tapando árboles, cubriendo lagunas y esparciendo por toda la selva la vida que en ellas se sumergen. Árboles desaparecen, lagunas dejan de serlo, la pesca se complica y los pobladores reman en sus canoas por donde en verano la maraña de vegetación no te permiten ni caminar. Navegar en verano entre las altas paredes de los cientos de ríos que llegan al Amazonas hace difícil creer que meses después, cuando la lluvia comience a caer, todo será diferente. El ancho del río podrá llegar a alcanzar los 50 kilómetros.
Para nosotros, la noche esconde la verdadera magia de la selva, ésta estalla al caer el sol y los dueños de la misma comienzan a reptar mientras las copas de los árboles gritan formando el coro más espectacular que jamás hemos escuchado, otro mundo nace, y de la mano de la belleza que es sentirlo, va el miedo de saber que al caminar te conviertes en un intruso en territorio ajeno. Unos temen perderse entre los más de 390 mil millones de árboles que forman la selva y otros nunca deambularían solos donde descansa La Sachamama y vaga el silbido de El Tunche.
Pero esa es la esencia del Amazonas, animales que con un leve mordisco te matarían y plantas que te curarían, espíritus del mal y espíritus del bien, la oscuridad más pura bajo el árbol y al mismo tiempo la luz deslumbrante de un sol radiante sobre su copa. Donde yo solo veo vegetación los chamanes y médicos de la selva distinguen entre decenas de hojas, ramas y plantas los medicamentos que han mantenido a los aborígenes como una de las poblaciones más longevas del mundo, pese a las enfermedades y abusos que los “aventureros” pasados les llevaron.
Así, Francisco de Orellana, un conquistador o invasor, ya que todo es relativo, fue quien gracias a las Amazonas que lucharon contra él, o quizás a su propia torpeza para pronunciar una palabra de origen indígena, han dado nombre hasta el día de hoy a este coloso que desde los Andes navega hasta el Océano Atlántico.
Otros como Julio Cesar Arana creyó ser dueño de la selva y de la sangre blanca que emanaba de cada Siringa. Esclavizó y torturó a miles de indígenas para extraer de este árbol el preciado caucho que marco una era en el Amazonas. Afortunadamente todavía se pueden ver estos ejemplares cuya savia sabe a leche de almendra. Desafortunadamente nada le sucedió después de ser denunciado por sus abusos.
De los arboles también cuelga la soga que permite que los espíritus salgan del cuerpo sin que este muera. El Ayahuasca en Quechua o Nishi Cobin (bebida de la sabiduría) en el idioma Shipibo, ha sido desde hace cientos de años la puerta que los chamanes abren hacia quien quiere llegar a una conciencia modificada, emociones ocultas o el encuentro más profundo frente a uno mismo. Las sesiones de Ayahuasca se extienden por la selva con la promesa de curar enfermedades o adicciones, conflictos internos y elevarnos a un estado tras el cual el cuerpo se purifica.
Déjate llevar por Amazon Garden Eco lodge al interior de un libro lleno de historia, en el cual las hojas saben a jugo de caña de azúcar y los delfines rosados saltan de página en página.